Noticia


miércoles, 28 de mayo de 2008

Parábola de los obreros de la viña (Mt 20, 1-16)



El hecho de haber recibido una educación cristiana, el hecho de formar parte por activa y por pasiva de movimientos con un carácter religioso hac eque constnatemente me sienta interpelado por la Palabra de Dios, por cuestionarme como la historia de la Iglesia (entendiendo por Iglesia, momentos importantes del cristianismo reflejados en la Biblia) ha claado en mi vida, y como lo sigue haciendo día a día. Hay momentos en los que la palabra ha entrado de manera suave y se ha ido con la primera brizna de viento. Otras veces me ha dejado abrazado a un pensamiento.


Ha pasado algún tiempo desde la primera vez que pasó eso.
Durante un tiempo el texto que me interpelaba constantemente era el texto de la 1 carta Jn 4, 19 que dice:
¿como puedes decir que Amas a Dios al que no ves, si no amas a tu projimo al que ves?

No voy a entrar en conclusiones, y en reflexiones, pero si a invitar a que la tengas presente en diversos momentos de tu vida

Luego fue Mt 6, 25-34 que dice: No os congojéis por vuestra vida, qué habéis de comer, ó que habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir: ¿no es la vida más que el alimento, y el cuerpo que el vestido?
Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni allegan en alfolíes; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros mucho mejores que ellas?.
Mas ¿quién de vosotros podrá, congojándose, añadir á su estatura un codo?
Y por el vestido ¿por qué os congojáis? Reparad los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan;
Mas os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria fué vestido así como uno de ellos.
Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana es echada en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más á vosotros, hombres de poca fe?
No os congojéis pues, diciendo: ¿Qué comeremos, ó qué beberemos, ó con qué nos cubriremos?
Porque los Gentiles buscan todas estas cosas: que vuestro Padre celestial sabe que de todas estas cosas habéis menester.
Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
Así que, no os congojéis por el día de mañana; que el día de mañana traerá su fatiga: basta al día su afán.

Esta última frase era de las que más me hacía pensar: "A cada día le basta su afan"

Pero en esta sociedad de comparaciones, de avaricias, de lo importante no es tener, sino que es tener más que el otro, me quedo con esta tercera que dice:

"El Reino de los Cielos es semejante a un PROPIETARIO que salió a PRIMERA HORA de la mañana a contratar obreros para su VIÑA. Después de haber contratado a unos OBREROS por 1 DENARIO al día, los envió a su viña. Salió luego a la hora TERCIA y al ver a otros que estaban en la PLAZA parados, les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que SEA JUSTO". Y ellos fueron. Volvió a salir a la hora SEXTA y a la NONA e hizo lo mismo. Todavía salió a eso de la hora UNDÉCIMA y al encontrar a otros que estaban allí, les dice: '¿Por qué estáis aquí todo el día parados?'. Ellos le dijeron: 'Es que nadie nos ha contratado.' Y les dijo: 'Id también vosotros a la viña.'
Al atardecer, dice el DUEÑO de la viña a su ADMINISTRADOR: 'Llama a los obreros y págales el JORNAL, empezando por los ÚLTIMOS hasta los PRIMEROS.' Vinieron pues, los de la hora UNDÉCIMA y cobraron 1 DENARIO cada uno. Al venir los primeros pensaron que cobrarían más, pero ellos TAMBIÉN COBRARON 1 DENARIO cada uno. Y al cobrarlo murmuraban contra el PROPIETARIO, diciendo: 'Estos últimos no han trabajado más que una hora, y les pagas como a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor.' Pero él contestó a uno de ellos: 'Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te quedé contigo en que te pagaría por tu trabajo 1 DENARIO?. Pues toma lo tuyo y vete. Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a tí. ¿Es que no puedo HACER CON LO MÍO LO QUE QUIERO? ¿O es que vas a tener envidia porque soy bueno?'.
Así, LOS ÚLTIMOS SERÁN PRIMEROS Y LOS PRIMEROS ÚLTIMOS."

Espero que no se os indigesten estas tres lecturas e igual que a mi me han acompañado todo este tiempo, también te acompañen a ti

jueves, 22 de mayo de 2008

Ilusión

Había una vez un campesino gordo y feo
que se había enamorado (¿Cómo no?)
de una princesa hermosa y rubia...
Un día, la princesa - vaya usted a saber por qué -
dio un beso alfeo y gordo campesino...
y, mágicamente, éste se transformó
en un esbelto y apuesto príncipe.
(Por lo menos, así lo veía ella...)
(por lo menos, así se sentía él...)

jueves, 15 de mayo de 2008

Donde habita el olvido

Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.

Luis Cernuda

viernes, 9 de mayo de 2008

La Casa de las puertas verdes

Quedamos a las 11, en tu terreno. Me das la dirección; es una mansión a las afueras de la ciudad, junto a un campo de golf; dices que tiene una atalaya que se ve desde la carretera.
Yo pregunto a la gente más cercana, y aunque nadie te conoce ni ha oído hablar de ti, todos parecen conocer la casa que les digo, todo el mundo se fijó en la inmensidad de la mansión donde habitas, tanto es así que algunos sabían de la ubicación, pero no sabían de la existencia de un campo de golf en sus aledaños.
Y aunque todo el mundo sabía que existía esa casa, nadie había osado llamar a tu puerta.
Yo acepté tu invitación, y con tus indicaciones llegue a la puerta.
A medida que se me iba acercando, aquello se me antojó un castillo
y ya a las puertas, una pequeña gran ciudad.
Rodenado la mansión, la única puerta está abierta, da acceso a un control de seguridad, una valla que no deja entrar vehículos sin autorización. Me acerco hasta el seguridad y le cuento quien soy, y que tu me has citado.
El tipo consulta mil papeles que tiene sobre la mesa, teclea algo en el ordenador mientras yo farfullo un ¡Coño! que denota mi sorpresa, y hacen que mi desconocimiento sobre ti y este primer golpe de efecto te conviertan en alguien muy importante.
Se levanta la barrera, mientras aquel hombre me dice donde puedo aparcar.
Me gustan los lugares seguros, y me gusta sentirme importante,
me gusta que se me abran las puertas, y me gusta que la gente me escucha.
Aparco y me doy un paseo hasta la puerta principal.
Me sorprendo
Tras la primera puerta que da entrada al recinto otro,
una puerta blindada impide el acceso a cualquier desconocido.
Un hombre uniformado dentro de una garita no se inmuta ante mi presencia
hasta que yo me acerco a él y pidiendo disculpas le dije quien era.
Me abrió la puerta y entré.
Me resultó curioso que el hombre no me acompañara a lo largo de aquel pasillo,
pero creí que sería costumbre en tu casa: Las manias de los famosos.
La verdad es que no me debería haber sorprendido.
Entre la gente a la que pregunte por tu casa, alguien me la describió como
la mansión de las puertas verdes, por la cantidad de puertas que tenía.
De momento ya había pasado tres, pero sólo esta última habia resultado ser verde.
Una nueva puerta verde da acceso a un patio interior.
La siguiente puerta, también es verde y se abre a mi paso sin yo haberla tocado,
y sin ningún mayordomo que me la abra.
Sospecho que tendrá algún sensor como la de los grandes almacenes
o que quizás alguna cámara oculta sigue mis pasos, y te permite a ti
o a tu último mayordomo abrirme la puerta.
Cruzo tu jardín interior. Un pequeño claustro me lleva a una nueva puerta verde
que confío se abrirá de nuevo a mi paso.
Pero no se abre
Me asomo al cristal de la puerta, como un curioso más
Entonces un ruido repentino me abre la puerta
Yo la empujo. Esta no se abre sola. Pesa.
Imagino que se habrá roto el mecanismo de entrada
Otro mayordomo me mira de arriba abajo.
Le digo quien soy y de donde vengo
(Eso se lo digo porque el mayordomo se pone muy pesado)
Se ve que has ordenado al servicio por orden de antipatía.
Me dice que debo pasar por el arco y que debo dejar todo lo metálico en una bandeja.
No hay más que un arco de rayos para asegurarse que no llevo armas.
La adrenalina me cubre el cuerpo; me hacen imaginarte como alguien
muy muy, demasiado importante. Me imagino nuestra conversación,
escoltados por dos gorilas con gafas de sol, embutidos en un traje de Emidio Tucci.
Me gusta la seguridad, ya lo he dicho, y admiro tu pulcritud
para que no haya ninguna posibilidad que alguien o algo dañe tu seguridad.
Me hacen dejar el movil; y me dicen que no me preocupe,
que me lo devolverán cuando me vaya;
Lo comprendo sorprendido; tu tampoco me conoces a mi,
podría llevar un veneno junto a la batería,
podría esconder un puñal, o quizás tengas miedo
de que grabe con la camara el interior de tu mansión
o temes que grabe secretamente algo que quiero que tu digas,
para imputarte alguna cosa, para quedarme con parte de tu mansión.
No sé lo que es, pero debo dejar el movil y otros objetos metálicos.
Cruzo de nuevo una puerta, como no, verde.
Y veo cerca otra puerta verde constantemente abierta,
y a lo lejos otra puerta verde totalmente cerrada
que se abre mucho antes de mi llegada, esta vez
creo yo, por la percepción que de mi ha tenido
otro mayordomo que veo a lo lejos de la puerta.
Cruzo la puerta y me dirijo al mayordomo que detrás de un mostrador
esta en mitad de un salón vacio, austero
pero lleno a su vez, pero esta vez de pasillos.
Me dirijo a aquel mayordomo porque me ha seguido con la mirada
desde que cruzara la primera puerta hasta llegar a él
y porque tampoco tengo ni idea de que pasillo he de coger para poder llegar a ti.
pregunto por ti, y el me pregunta por mi.
Pregunto donde te puedo encontrar y el me pregunta de nuevo quien soy.
Este creo que es quien me va a anunciar.
Me da la impresión que esta mañana esperas muchas visitas, sin embargo
cuando hablamos me dio la sensación de que no tenías prisas
y que nada era urgente, que tenáis todo el tiempo para mi.
El homvre solicita mi nombre y me pide credenciales que lo justifiquen.
tienes miedo, lo veo, incluso de que entren impostores,
y sin embargo eso me sorprende, puesto que ni me conoces,
aunque si es cierto que tras todos estos controles,
sabrías donde buscarme si te pasara algo.
Eres listo muchacho. Yo también debería hacerlo mismo
y lo haría si tuviera tantos mayordomos;
la verdad es que la envidia me haría hacerlo aunque sólo tuviera uno
pero no tengo nada, nada más que las llaves para entrar en mi casa.
Todo esto lo pienso mientras aquella persona revuelve los papeles,
consultaba mil libros en los que pudiera figurar mi nombre,
hasta que decide alzar la mirada y decirme: ¡Ya está!
A continuación, parece haber tenido un sobrecalentamiento neuronal
cuando me pregunta a quien quiero ver.
No quiero parecer descortés, así que, digo tu nombre
como si aquello fuera lo más normal del mundo,
mientras el mira un ordenador a la vez que teclea algo.
Quiero pensar que la pregunta no es más que una estrategia para ir
incluyendo mis datos en el ordenador, que le llegarán, ya veo
al siguiente mayordomo que me encuentre, que será quien me anuncie.
Me señana un pasillo a la vez que me dice un número sin yo saber muy bien porque
pero no quiero hacer preguntas.
Ese mayordomo no parecía muy normal.
Atravieso de nuevo una puerta abierta, verde, por supuesto
y recorro el pasillo que me lleva hacia ti.
Una nueva puerta, como no, se intuye a lo lejos.
digo se intuye, porque si bien hasta el momento
todas las puertas habían llegado de cara,
esta estaba en la pared del pasillo.
Quizás esa no sea la puerta que me lleve a ti.
La puerta a la que me acerco es verde
y vuelve a estar cerrada.
Junto a la puerta un timbre y junto a él,
el número que el último de tus secuaces me ha dado:
Todo esto es muy extraño.
La puerta no se abre, pulso el timbre,
pasan unos segundos y se abre la puerta
paso y se cierra mis espaldas,
una puerta a 2 metros fgrente a mi permanece cerrada
Sólo se abrirá cuando esté cerrada
la puerta que queda a mis espaldas.
Alli hay mucha gente paseando hacia ningún sitio.
Veo otro de aquellos señores con uniforme
que he ido viendo a lo largo de tu mansión
y que a estas alturas ya me dan confianza;
le digo quien soy y le pregunto por ti, sin que él me lo pregunte.
Cada vez más confuso, estoy seguro
de estar al borde del anuncio de mi presencia.
El entonces coge un micrófono,
y rompiendo todo el ritual que parecía envolver aquel recibimiento
dice el nombre, no mi nombre, sino tu nombre.
Yo atónito le miro mientras él me dice:
"Puede ver el preso en aquella sala de allí en frente"