He de decir que no me conocías,
pero desde que te vi desde lo lejos
me caíste bien.
Me miraste cuando te miré
o quizás ya me mirabas antes,
no lo sé.
Tu mirada vomitaba
una desfachatez inusual en cualquier mirada.
Te dió igual todo,
te quedaste quieta,
esperando ver como mis pisadas
llegaban a la altura de tus pasos;
no respondiste a ningún otro estímulo
parecía que en el mundo sólo existíamos tu y yo.
Yo seguí mi camino, y tu sólo ladeaste el cuello
para sin pestañear seguir mirándome
con una mirada que lejos de hacerme sentír incómodo
me hacía sentir seductor a tus expectativas.
Sólo entonces,
te quisiste poner a dos patas
para encaramarte a mi pierna
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