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lunes, 10 de enero de 2011

Duelo

Es curioso.
Paradójico.
Hacía tiempo que me lo podía imaginar,
bueno, lo debía saber, pero no lo quería reconocer.
Podía vivr con ello siempre que no fuera evidente.
Al principio pase por la fase de negación,
- No, no es verdad, son fantásías mías. Paranoias
Luego vino la aceptación, aunque no tuviera evidencias.
- Bueno, lo importante es que cuando esté conmigo esté conmigo, ¿Qué más me dará que cuando no está conmigo se esté follando a otro, o esté jugando al parchís o trabajando?
La tercera de mis etapas fue de culpa.
- No lo estoy haciendo bien, no la lleno, no soy suficiente para ella, soy una birria, no sirvo para nada, realmente no la merezco
Luego la fase fue de rabia. No la rabia hacia ella, sino la rabia hacia el mundo, y luego sobre él.
- Puta mierda de vida, para esto no merece la pena esforzarse un ápice. No merece la pena tener una vida si todo el mundo miente, si todo el mundo engaña, vaya mierda. Y el hijo puta este, es que si lo cojo lo mato, le reviento la cabeza a patadas a golpes contra la pared.
Pero esa etapa de rabia merecía un nombre, merecía una cara. Tenía interés y miedo en conocer quien era, interés por saber, por un morbo masoquista, y un miedo sádico que no me conocía. No sabría lo que sería capaz de hacer. En todo caso, hacia ella solo tuve sentimientos de decepción y de pena
El caso es que en ese punto, le detectaron algo grave.
Las fases antes descritas se precipitaron de nuevo:
Incredulidad: No, no puede ser, a ella no le puede pasar esto
Aceptación: Ufff, esto lo cambia todo, ¿Qué pasará ahora?
Luego culpa: Pobrecita, y yo pensando que se estaba tirando a otro, y la pobre se está muriendo
Rabia: Que se joda!!!! La muy zorra!!!! Se lo tiene merecido. Dios la ha castigado por todo lo que me ha engañado
En esa etapa volvía a estar cuando empeoró.
Si supe de Marc en ese tiempo. Puso las cartas sobre la mesa, llamó más a menudo de lo que lo hiciera mi madre, se personó, le vi la cara, se presentó como un compañero de trabajo, y yo acepté esa presentación, sin más aspavientos y sin cruzarnos la mirada. Su sentimiento, sus detalles me hacían ver que no sólo se la tiraba, sino que además la amaba. Sentí envidia por aquello que Marc le daba y yo no era capaz de dar, porque era capaz de provocarle la sonrisa que yo no atisbaba a provocar, pero por momentos no me importaba, con tal de verla sonreír una vez más.
No tardó en irse.
En el cementerio, cuando bajaron el ataúd, allí también estaba él. Detrás, detrás de mucha gente.
Cuando oí el golpe del ataud contra el suelo de la tumba, no fue muy fuerte, pero bastó para desatar en mí el golpe que me hiciera derrumbarme.
Entonces me abracé a quien tanto había odiado
porque era quien más cerca estaba de mi dolor

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