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miércoles, 11 de febrero de 2009

Casualidad

Teóricamente no nos conocemos,
nadie ha tenido el placer de presentarnos,
y sé que si así hubiera sido,
tampoco hubiera sido un placer.
Yo sé quein eres, porque te he visto.
Te vi la primera vez en una foto,
en la cartera de tu entonces mujer.
Yo andaba solo, como en la mayoría de veces en mi vida
y si, sabía que ella estaba casada,
pero ya entonces no juzgaba lo que hacía cada uno con su vida.
No supe como te llamabas hasta que vi tu foto
cuando ella, usurpándome el papel de caballero
abrió su cartera para pagar el aperitivo
que tenía que saciar el hambre
que mutuamente horas antes nos habíamos hecho.
A pesar de lo que nos dijimos,
nos volvimos a ver un par de veces más.
Una de ellas, en la búsqueda de morbo,
sobre la mesa del comedor de vuestra casa.
Allí, en la estantería lucías tu mejor sonrisa,
con tu cara pegada a una recien casada
de la que yo entonces estaba dando buena cuenta.
Desde entonces no nos volvimos a ver, así me lo pidió ella
y yo no insistí, aunque si seguimos hablando,
al principio con más asiduidad, por teléfono y por mail
y luego en los momentos en los que la casualidad nos junta.
Me vino a decir ella en alguna ocasión que tu lo habías sabido,
aunque nunca dijiste nada directamente
habías hecho ver, no sé muy bien como,
que sabías quien era yo.

Pasaron un par de años,
yo a veces estuve atapo,
pero como preconizaba Nietzche
el eterno retorno me llevó a estar otra vez solo.
Entonces conocí a Marta;
no nos prometimos amor eterno,
entre otras cosas porque ella me confesó
que vivía con un chico con el que se iba a casar.
No me importaba, a penas la conocía
y tampoco eran esas mis intenciones.
Sólo quería tomar una copa
y apurar el tiempo que la noche me diera con ella.
Y el tiempo se alargó, y tu no llamaste a nadie
y nadie te llamó, o eso creí yo, hasta que te ví conectar tu movil.
Desgastamos la noche y nos emborrachamos el uno del otro
y el otro del uno, como si el mundo se acabara.
Te acompañé hasta la puerta de tu casa,
porque a pesar de todo lo cabrón que soy, soy todo un caballero.
Entonces él salió de la puerta de tu casa,
el no sabía que yo existía,
entre otras cosas porque hasta entonces no existía en tu vida.
Su cara de enfado se fue transformando en sorpresa
cuando se dirigía hacia mi puerta para preguntarme
antes de pegarme o de pegarme antes de preguntarme
que coño había hecho con su mujer.
Entonces el asombro le hizo balbucear una pregunta sin sentido
a lo que yo contesté de la manera más cortés
sin demostrar que aquello no tenía ni cabeza ni pies.
y desaparecer una vez más después de haber vuelto a aparecer
sin que tu me hubieras invitado.
De verdad, una casualidad

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