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jueves, 12 de marzo de 2009

El juego

Al principio tengo miedo. La gente me anima a jugar, pero no sé.
La gente me jalea, está pendiente de mi.
Y yo temo hacer el ridículo, desconfío de mis posibilidades.
Cojo los dados y ruego a todos los santos, vírgenes y dioses
que salga un seis. Por favor, por favor, por favor
aprieto el culo, me concentro,... es sólo azar, pero lo necesito.
Y me sale, me sale un seis. Cuando digo que la vida me trata bien...
Relajo mis esfínteres y sonrío al auditorio. La gente me jalea de nuevo.
Ya no me toca a mi, y la atención se dispersa en los otros jugadores
o simplente se mantiene, la de cada uno, en ellos mismos.
Pasan unos minutos y me vuelve a tocar.
Entre medias la suerte ha sido variada, y la mía no lo es menos.
Acoplamos en unas cuantas vueltas una especie de suerte de principiante
que sin ser exagerada me va poniendo en cabeza.
Me crezco, y me crezco mucho, hasta tal punto,
que tiro los dados mirando al tendido, obteniendo similar suerte.
Se acerca el final de la partida, y de estar muy a mi favor,
se ha vuelto muy reñida.
Las posibilidades están muy igualadas entre muchos de nosotros.
Tiro de nuevo los dados con la misma devoción que al principio
y por supuesto la cago en la línea de meta.
Los mismos que me jaleaban al principio se pasean a mi lado
y llegan a la meta antes que yo.
Acariciar el laurel del triunfo me ha dejado un sabor amargo.
¡Qué puta es la vida!
Y también una lección.
Los demás no están de pegote en la vida ni en el juego.
Cada uno juega sus cartas y los dados muestran la suerte.
No siempre te va a sonreir a ti
aunque a veces lo haga

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