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miércoles, 12 de octubre de 2005

Poesía

A mis alumnos, siempre que les hablo de la poesía, les cuento un cuento que escuché alguna vez que habla de los osos, los burros y las abejas.
En términos simples la historia consiste en decirles que la humanidad puede dividirse en tres grupos: un 80% corresponde a los burros (en esta parte recorro con la mirada a todo el alumnado, dando entender qué tan jumentos son), un 19,9% de la humanidad son los osos (y señalo que por razones estadísticas el curso ha de tener menos de diez) y el 0,1% restante corresponde a las abejas (difícilmente en la fauna escolar presente habrá alguna).
Y como para aclarar el asunto (aunque deliberadamente lo oscurezco más) les digo que la diferencia está dada por la miel. La miel —prosigo mi ininteligible disertación— es un alimento perfecto, delicioso, sano, natural, con propiedades curativas, incluso. Los burros, como burros que son, no gustan de la miel, para ellos la vida puede vivirse sin ella y ni siquiera la echan en falta, no sabiendo los desdichados que se pierden no la mitad de la vida (como dice el dicho popular) sino la vida entera, pues el delicioso reino de la miel les cierra sus puertas para siempre y ellos, de puro burros, no hacen nada por abrirlas. Los osos, en cambio, sí gustan de la miel, la buscan con paciencia, con esfuerzo, la roban, la disfrutan, se engolosinan con ella y aunque incapaces de producirla, la disfrutan con el deleite propio de los que tienen abiertas las puertas de los reinos superiores. A las abejas, en cambio, les corresponde el privilegio de crear miel, de producirla y con ello cumplir el inapelable karma de hacer girar la propia vida en torno de la miel y, de paso, llevar dulzura a las vidas ajenas.
En esta parte, casi todos los burros de la clase creen que al profesor se le ha soltado un tornillo y un par de candidatos a oso, asombrados, abre los ojos como si el raro cuento que escuchan les estuviera produciendo algún tipo de iluminación, aunque no aciertan a comprenderla del todo.
¿Y luego? Luego la nada, la pregunta hiriente que exige respuesta: ¿de qué se trata esto?, y las respuestas más coherentes hablan del resumen del próximo libro o de un concurso de acertijos, algunos aventuran que se trata de un poema, un antipoema —se apresuran a corregir— pues es evidente que estamos estudiando la unidad de lírica, de acuerdo al objetivo anotado en el pizarrón. Algunas de las más incoherentes llevan una velada insinuación sobre el estado mental del docente.
¿Y los dos casi-iluminados? Quieren hablar, pero no pueden, el temor a la respuesta equivocada es más fuerte que la gloria de descifrar a la esfinge docente. Poderoso, como soy en el aula, los interpelo y balbucean una pregunta —yo les he pedido una respuesta—, pero insisten en balbucear una pregunta: ¿la poesía? Y como izados por una fuerza descontrolada a las alturas del conocimiento les alabo su inteligencia, sagacidad e intuición, les doy la bienvenida al mundo de los osos y empiezo a decirles que la poesía es un alimento perfecto para el alma, delicioso, sano, natural, con propiedades curativas incluso...
La verdad es que después de esta desgastante hora pedagógica el ansia de probar la miel de las palabras queda abierta y mis pobres alumnos, por fin, pueden empezar a disfrutar por algún tiempo las clases siguientes viendo desfilar ante sus ojos y oídos una comparsa multicolor de versos de las más variadas especies y de los más variados poetas.
Es bueno ser profesor para realizar este rito en forma periódica y para descubrir en la fauna escolar a varios osos (a los que les proporciono miel gratuita cada vez que la necesiten) y, he tenido suerte, a un par de abejas productoras de miel.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ja ja ja ja, desgraciadamente me encuentro entre el grupo mayoritario, pero me ha gustado tu historia. Hay, sin embargo, otras ambrosías para disfrutar tanto o más que con la miel...y aun así...enhorabuena, me has hecho disfrutar

Anónimo dijo...

Me encantaría ver la cara que pones en esos momentos, cabroncete.

Me ha gustado mucho la disertación que les haces y encuentro que es muy acertada.

Por cierto ¿a los osos polares les gustará la miel? Se supone que allí no hay... :p

Besos y abrazos de la familia

Edu Solano Lumbreras dijo...

Claro, claro, pero en vez de a la clase, cuéntalo en el claustro, no vaya a ser que en otra clase haya un par de abejas a las que estén tratando como burros.

Así que hay esperanza.
Así que no todo está perdido.
Pues muy bien hombre. Me has alegrado el día.

Anónimo dijo...

No he podido reprimir una sonrisa durante toda la lectura de tu Post. es una buena comparación la que haces, espero encontrarme, al menos, entre el grupo de osos, ni se me ocurriría, ante profesor tan exigente osar a ser abeja:):):)

Un saludo