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jueves, 8 de junio de 2006

El trebol de cuatro hojas

David me regalo aquel trebol que guardaba con recelo.
Me dijo que ya no lo necesitaba más, como anunciándome entre líneas que se iba a ir, y que aquello era la herencia que me dejaba. Yo dije que no lo quería, que su situación era mucho peor que la mía y que fuera donde fuera, le sería de gran ayuda.
Al final me lo quedé yo. No hace falta insisitrme mucho para que yo deje de discutir, así que me lo llevé.
Cuando salí de su casa, lo miré de reojo por última vez, clave mi mirada en sus ojos. Esos ojos tatuados de azul, como señal de la primogenitura que distingue a su tribu argelina, y el me sonrió y yo lloré.
Cuando ayer pasé de nuevo por su casa llamé a su puerta con esperanza pero desconfiado de su suerte, de que alguien me abriera.
Entonces salió él, afeitado como nunca lo había visto, repeinado el pelo con fijador, y guapo como pocas veces lo había visto. Entonces le hablé del miedo que me dió despedirme la última vez y pensar que no lo volvería a ver. Entonces él rió, y me explicó que no necesitaba más el trebol de cuatro hojas, porque se había dado cuenta de que el que le daba suerte era yo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bien amigo, tú eres el trebol de cuatro hojas para algunos, y otros son el trebol de cuatro hojas para ti. Aunque recuerdas, somos personas con muy buena suerte...