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martes, 6 de febrero de 2007

El gigante malo

Una vez, en la antigua India, había un gigante malo que poseía un magnífico castillo con vistas al mar. Como el gigante había estado fuera muchos años guerreando, los niños del pueblo cercano solían ir a jugar al hermoso jardín del gigante. Un día, el gigante regresó y echó de su jardín a todos los niños. "¡No quiero veros más por aquí!", bufó mientras cerraba con estruendo la gran puerta de roble. Luego levantó un enorme muro de mármol en torno al jardín para que no entraran los niños. Llegó el invierno, con el frío que es habitual en las zonas septentrionales del subcontinente indio, y el gigante ansiaba que volviera el calor. La primavera iluminó el pueblo que había a los pies del castillo, pero las frías garras del invierno no abandonaron su jardín. Un día, el gigante percibió por fin las fragancias primaverales y notó que el sol entraba radiante por sus ventanas. "¡Por fin la primavera!", exclamó, corriendo al jardín. Pero no estaba preparado para lo que vio. Los niños del pueblo habían conseguido escalar la pared del castillo y estaban jugando en el jardín. Era debido a su presencia que el jardín se había transformado en un lugar exuberante poblado de rosas, margaritas y orquídeas. Todos los niños rieron de júbilo, excepto uno, que era mucho más bajo que los demás. Lloraba con desconsuelo pues no tenía fuerza suficiente para saltar el muro y jugar en el jardín. El gigante sintió lástima y, por primera vez en su vida, se arrepintió de su maldad. "Ayudaré a ese niño", dijo, corriendo hacia él. Cuando los otros lo vieron venir, huyeron del jardín temiendo por sus vidas. Pero el más pequeño se mantuvo firme. "Yo mataré al gigante. Defenderé nuestro lugar de recreo", dijo. Cuando el gigante se acercó al niño, abrió sus brazos y le dijo: "He venido a ayudarte a saltar el muro para que juegues en el jardín. A partir de ahora será tuyo." El niño, convertido en héroe, se sintió muy feliz y regaló al gigante el collar de oro que siempre llevaba al cuello. "Es mi amuleto de la suerte. Quiero que lo lleves tú", dijo.
Desde aquel día, los niños jugaron con el gigante en el jardín del castillo. Pero aquel valiente muchacho, que era el preferido del ogro, ya no volvió. Con el tiempo, el gigante enfermó y se debilitó. Los niños seguían jugando en el jardín pero él ya no tenía fuerzas para estar con ellos. En aquellos días, el gigante no pensaba en nadie más que en aquel muchacho. Un día de invierno especialmente crudo, el gigante miró por su ventana y vio algo milagroso: aunque la mayor parte del jardín estaba cubierta de nieve, en mitad del mismo había un estupendo rosal rebosante de flores espectaculares. Junto a las rosas estaba el niño en quien el gigante había pensando tanto. El muchacho sonreía dulcemente. El gigante corrió a abrazar al muchacho. "¿Dónde has estado todos estos años, mi joven amigo? Te he echado muchísimo de menos." El muchacho dio una respuesta meditada: "Hace mucho tiempo me ayudaste a entrar en el jardín mágico. Ahora he venido para que entres tú en el mío."
Más tarde, cuando los otros niños fueron a ver al gigante, lo hallaron inerme en el suelo. Estaba cubierto de pies a cabeza por millares de bellas rosas.

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