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miércoles, 1 de marzo de 2006

Cuando le vi supe que se moría.
Ella me sonrió cuando me vio entrar, con una sonrisa tenue pero honesta, propia del que realmente se alegra de verme; de hecho no despegó su mirada de la mía. Mirada que yo no sabía ni pude aguantar. Su mirada acristalada y vacia denotaba el final de sus días, apagados, anacrónicos y marchitos. Mirarlos me suponía dejar de respirar, ahogar mi vida en sus ojos y dejarme invadir por la tristeza que ella pretendía no mostrar.
No supe que decirle, no me creo que se creyera mis esbozos de sonrisas, ni estaba seguro que cualquier palabra que saliera de mi boca no fuera a ser trémula; hice de tripas corazón, le volví a mirar a la cara, echándole valor, dispuesto a decirle GRACIAS, gracias por haberme dado el privilegio de haber compartido tantos momentos conmigo, pero no pude. A cambio sólo pude cogerle la mano, aún caliente y echarme a llorar. Ella sonrió aún más y mirándome con más lástima aún me dijo:
- Vaaaaaaaaamos, no te eches a llorar ahora
Y yo no pude más que llorar aún más; sentirme mísero y secándome las lágrimas, sin atreverme a mirarle a la cara más que milésimas de segundo decirle casi en un susurro que venía para despedirme, y tras un largo silencio explicarle con la voz queda que no me hacía a la idea de imaginarme esta vida sin ella. Cuando hace apenas unos días estaba tan llena de vida y hoy tan marchita y muerta...
No podía creer ni entender que con lo que yo la quería se fuera a ir de mi lado.
Le quise regalar una sonrisa para que se la llevase allá donde se fuera, quise a la vez que el tiempo no pasara y que se terminara ese momento tenso y agónico que esa situación me hacía pasar, quise que la vida me pusiera la palabra exacta en mis labios, quise saber que decirle para que el último portazo, la última mirada no sonara a vacia, no fuera acompañada de la tristeza, y no me hiciera creer una vez más que esta vida no valía la pena. Pero no pude y me invadió la pena cuando salí por esa puerta.

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