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jueves, 9 de marzo de 2006

Silbando aquellas seis notas

No tuve ganas de correr cuando todo terminó. Salí con las manos en los bolsillos silbando aquellas seis notas que iba repitiendo, como banda sonora de un asesinato.
Me había ensañado con él, pero no me arrepentía un ápice.
Amargaba intensamente cada segundo de mi vida
agriaba mis sonrisas cuando era su sonrisa la que se cruzaba con mi mirada;
ya no necesitaba hablar para provocar odio
así que no dudé en, al verlo de espaldas, sacudirle una patada en los huevos
para verlo caer de bruces de espalda.
El segundo golpes lejos de alejarse del arrepentimiento
o del sentimiento de haberme pasado, fue directamente al cuello.
Creí escuchar el crujido de sus cervicales al impanto con la planta de mi pie,
fue un golpe seco que le dejó inconsciente y que hizo que su cabeza inerte cayera sobre la acera.
Me llenó de rabia no haber sentido su dolor, no haberle oído gritar
sólo un leve gruñido acompañado de una inspiración profunda, sin queja
como una falta de oxigeno.
Lo había visto en una película y no dudé en imitarlo:
Cogí su cabeza, la apoyé en la cruceta de la acera.
Su mirada contra el suelo y la esquina clavada en su boca.
El pisotón sobre su cabeza de mi bota, si provocó el chasquido de los huesos de su cara contra la dura piedra, luego un suave charco de sangre parecío salir de su oído.
El odio pareció no terminar. A pesar del crujido, del sonido de mil huesos chasqueándose mi aversión no parecía terminar. Miré a un lado, miré al otro, y vi algo más lejos sobre el final de un solar que no estaba a más de 10 metros una piedra en forma de dolmen, de puñal, de arma prehistórica; la cogí y con las dos manos se la hinqué sobre la cabeza. El cack seco que se oyó pareció apoyar la idea de que la piedra se le había hundido en la parte superior del craneo, clavándose y siendo imposible de retirar, tras un primer intento, para aserstarle un segundo golpe.
Con la tranquilidad de un carnicero respiré hondo y me atreví a darle la vuelta a la piedra en el sentido de las agujas del reloj , haciendo palanca sobre la abertura del craneo, y sono como una nuez como los huesos se iban despegando y abriéndose. Sólo al final de la media vuelta hice de nuevo el intento de retirar la piedra, que salió sin problemas mojadas en una sustancia gelatinosa, blanquecina y tintada de sangre.
Me la llevé cerca de la cara, respiré el aroma humedo que la piedra desprendia y lamí suavemente la punta atrapando el sabor de sus sesos, y clavándole de nuevo la piedra en aquel agujero, entrando esta vez con mucha facilidad y haciendo un ruido encharcado. La piedra se quedó clavada en su cabeza mientras yo me reponía, me levantaba , lo observaba, clavaba mis manos en mis bolsillos y salía de aquel callejón silbando aquellas seis notas que iba repitiendo, como banda sonora de un asesinato.

1 comentario:

Anónimo dijo...

uffff! parece una peli de miedo..., y ahora esta noche no voy a poder dormir... jeje! 1beso